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Nuestra Señora del Pino

La Virgen del Pino de Teror entró muy pronto en el alma popular canaria y no se puede dudar de su abolengo, y prestigio en la historia de Canarias. El Pino de Teror está unido al comienzo de la marianización de Gran Canaria, a las raíces de la civilización cristiana isleña; a la sombra del Pino se alzó la primera manifestación cristiana de nuestro pueblo canario. La narración del fraile Fray Diego Henríquez sobre las circunstancias del hallazgo de la Imagen es:


"Que el origen y primer punto del aparecimiento de esta celestial Imagen no fue en tiempo en que los españoles y con ellos la fe, entraron en esta Isla; ni fueron ellos los primeros que la vieron y hallaron, y a quien primero se manifestó; muchos antes la vio y la veían aquella pagana gente, quienes después rendidos lo participaron a los españoles."



Aquí arribaron naves mallorquinas hacia 1360, con comerciantes y misioneros, bien recibidos por los Isleños que les permitieron edificar pequeños templos y labrar rústicas imágenes. Todo el siglo XV fue un siglo de misiones de Gran Canaria; el Papa Martín V en una Bula de 20 de noviembre de 1424 reconocía la existencia de cristianos en ciertos parajes de Gran Canaria. En una Bula de 12 de enero de 1435 recogía Eugenio IV la noticia de que el Obispo Calvetos había convertido en Gran Canaria a muchos naturales. Pío II autorizó en 1462 a los Obispos del Rubicón a firmar paces y tratados con los infieles de las Islas, quienes por este solo hecho quedaban bajo la protección del Papa.



Consumaba la rendición de Gran Canaria a las huestes castellanas de Pedro de Vera, la ermita fue incorporada a la Catedral en 1514. En sus albores, el culto a la Virgen de Teror no tuvo el marcado sello de popularidad y entusiasmo religioso que lo caracterizó en siglos posteriores. En la primera década del siglo XVII se inauguró un templo parroquial y se inició un vigoroso desarrollo de la devoción y culto a Nuestra Señora del Pino; en el sínodo celebrado en 1629 se hacía constar la singular devoción del pueblo canario a Nuestra Señora del Pino, porque a su Iglesia "acude mucha gente devota por los muchos milagros que ha hecho y hace".


La fiesta del 8 de Septiembre revestía cada año mayor solemnidad con la asistencia frecuente del Prelado, la de la Diputación del Cabildo Eclesiástico y la afluencia siempre creciente de romeros. El XVIII fue para la devoción a la Virgen del Pino el siglo de oro; frecuentes procesiones a Las Palmas con ocasión de calamidades públicas, legados testamentarios, adquisición de valiosas alhajas, y sobre todo una devoción popular que llegó a constituir un factor muy importante en la vida pública de Gran Canaria. El apogeo del culto tuvo su culminación con la construcción de la actual Basílica y con la espléndida donación por Carlos III de ciento veinte y seis fanegadas en el Barranco de la Montaña "para atender a la manutención del templo y su ministerio". El esplendor del culto quedó reducido por las leyes desamortizadoras, al venderse en pública subasta los bienes que integraban el patrimonio de Nuestra Señora del Pino. En el siglo XX la devoción de la Virgen del Pino adquiere de nuevo una dimensión externa; se repiten las Bajadas a Las Palmas de Gran Canaria y en 1929 se concedieron a la Imegen honores de Capitán General de Canarias y el Patronazgo hacia el Ejército español en las Islas Canarias.

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